La reciente disputa entre el presidente Gustavo Petro y la periodista Vicky Dávila ha vuelto a poner sobre la mesa un problema estructural en Colombia: la fragilidad del diálogo entre el poder político y la prensa libre. Esta vez, el punto de quiebre fue la ausencia del mandatario en la Cumbre de Presidentes del Caribe en San Vicente y las Granadinas, evento al que estaban convocados líderes de América Latina y el Caribe, y cuya importancia geopolítica es innegable.
Vicky Dávila, actual periodista y precandidata presidencial, cuestionó en su cuenta de X: “¿Dónde está Gustavo Petro?”, una pregunta directa que refleja una inquietud legítima en un país donde la presencia del jefe de Estado es clave en decisiones internacionales y de Estado. La respuesta del presidente, sin embargo, no fue institucional ni aclaratoria, sino despectiva: calificó la pregunta como un “ataque de celos”.
Le puede interesar: La desilusión y sus consecuencias
Ante esto, Dávila respondió con ironía: “Suena a un largo viaje”, refiriéndose al silencio prolongado del mandatario. Esta respuesta, más allá de su tono, deja entrever una preocupación compartida por muchos sectores de la ciudadanía: la poca claridad sobre los movimientos del presidente y la falta de comunicación transparente desde la Casa de Nariño.
Pero más allá del cruce puntual de declaraciones, lo que debería preocuparnos es el patrón que se repite. Esta no es la primera vez que el presidente Petro ataca a periodistas que lo cuestionan. Desde que asumió el cargo, ha mantenido un pulso constante con sectores de la prensa, particularmente con figuras críticas como Dávila, a quien ha acusado de tener intereses políticos, de sembrar odio y de participar en campañas de desinformación.
Que Dávila tenga aspiraciones presidenciales no invalida su rol periodístico ni sus preguntas, siempre y cuando actúe con ética. De hecho, si algo distingue a una democracia madura, es precisamente la posibilidad de que los periodistas cuestionen al poder, incluso cuando estos tengan posturas políticas claras. El verdadero problema radica cuando desde la presidencia se intenta deslegitimar estas preguntas acusándolas de motivaciones personales, políticas o emocionales, como en este caso.
Cuando el jefe de Estado responde con sarcasmo y no con argumentos, el país pierde la oportunidad de entender decisiones claves. La prensa no es infalible, pero cumple un rol esencial: vigilar al poder. Tratar sus preguntas como “celos” o “ataques” es infantilizar el debate público y reducir el derecho ciudadano a la información. Además, refuerza un clima de hostilidad hacia el periodismo que ya se vive en redes sociales y en algunos sectores polarizados del país.
El presidente Petro tiene derecho a defenderse, a corregir cuando la información es falsa y a cuestionar a quienes lo critican. Pero tiene una responsabilidad aún mayor: liderar con ejemplo el respeto por la libertad de prensa y fortalecer la institucionalidad democrática a través de respuestas serias, no de ofensas.
Este tipo de confrontaciones no fortalecen la democracia. Al contrario, la debilitan. En vez de promover un debate de altura, basado en argumentos, hechos y rendición de cuentas, lo que se está alimentando es una narrativa de polarización, donde cualquier pregunta incómoda es vista como una amenaza o un ataque personal.
Colombia necesita que el periodismo mantenga su función crítica y que el poder político acepte el escrutinio sin descalificaciones. El respeto mutuo entre gobernantes y periodistas no es un gesto de cortesía: es una condición esencial para una democracia saludable.
Lee también: Juliana en el Movistar Arena: un hito para la música y la representación femenina en Colombia
Por: Daniel Felipe Carrillo
Instagram: @felipecarriloh1
Imagen: Freepik
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.
Únete a Google News, Facebook, Twitter, Instagram, Tiktok, Threads, LinkedIn, YouTube, Canal de WhatsApp y sé Miembro en Zona Captiva.
