En Colombia, cuando un ente de control o dependencia que tenga la responsabilidad de vigilar a otras instituciones, descubre irregularidades de alguna naturaleza, se suele decir que dicha entidad o cargo carece de “dientes” para lograr su cometido. Los poderes constituidos históricamente en el país operan del modo en que lo hacen porque los encargados de enfrentar estos hechos no cuentan con los medios para hacerlo, lo mismo ocurre con el enfrentamiento ideológico en nuestro país. Quienes se llaman a sí mismos oposición no conocen los argumentos para corregir los fallos del otro, haciendo que el debate público sea un lamentable espectáculo de discusiones dogmáticas sin mucho contenido.
Las elecciones del año 2018 tuvieron lugar en medio de la acentuación de las profundas diferencias ideológicas de un país en guerra consigo mismo desde siempre y los dos principales espectros políticos del país para ese entonces bebieron de la polarización, aprovechándose del antagonismo de sus rivales y añadiendo más conflicto a un escenario que ya era en principio violento. Por un lado estaban los seguidores del uribismo y los planteamientos de su seguridad democrática; mientras que por el otro se encontraban los autodenominados guardianes del proceso de paz y la reconciliación nacional. Ya conocemos el desenlace de esa historia. La unión de un sector tradicionalmente conservador obtuvo la victoria sobre un progresismo caníbal que fue incapaz de llegar a acuerdos programáticos más allá de los egos de sus líderes.
Ya desde la campaña se nos vendió la idea de que votar por el representante del uribismo no solo era favorecer el continuismo en unas instituciones ineficientes, sino que además todo aquel que no se sumará a un bando era cómplice de la perpetración de la violencia que existía en el país, un argumento a todas luces autoritario más cercano a la derecha clásica que a esos supuestos movimientos humanistas. A partir de esa campaña las divisiones parecen cada vez más pronunciadas y la infantilización del debate solo nos demuestra que no existe la oposición capaz en nuestro país.
Los ejemplos abundan, la representación del presidente encarnando a un porcino con rasgos humanos, el profundo desconocimiento del funcionamiento jurídico del país y unos líderes mesiánicos que operan por fuera de la lógica con la que juzgan a sus contrincantes políticos, son en conjunto, el desolador panorama de la esquina opositora, un grupo que articula su discurso desde una incomprobable superioridad moral con la que agreden a quien les parezca o quien les contradiga. El tratar despectivamente a un líder político burlándose de su apariencia física (el eterno símil de Iván Duque con un cerdo) es un acto que solo se le permite a la izquierda, mientras que el conservadurismo que hace los mismo se les considera arcaico e incluso estúpido.
En medio de la emergencia sanitaria la oposición ha sacado a relucir la ley 100 como la causante de todos los problemas y fallas de nuestro sistema de salud, pero pocos ciudadanos de las redes sociales pueden decir a ciencia cierta y sin sesgos el contenido de dicha legislación. Lo mismo le ocurre a productos culturales como Matarife, que supuestamente buscan revelar la verdadera cara de Álvaro Uribe como un líder sanguinario y calculador equiparable con Hitler (Esta comparación la hace el “documental” en sus dos primeros episodios), pero la única tesis expuesta con pruebas en la serie es la conexión existente la aprobación de licencias de vuelo en pistas pertenecientes a representantes del cartel de Medellín, que fueron aprobadas por el senador Uribe que en ese entonces se desempeñaba como director de la Aero Civil, testimonios que pueden confirmar nexos con grupos ilegales pero que están muy lejos de configurarlo en el genocida que dicen que es. Y no, esto no es una defensa de Álvaro Uribe, es en defensa de la la lógica y la evidencia como el camino para la verdad y reparación integral.
En un país donde la violencia estructural ejercida por unas élites políticas dominantes y que es padecida por las clases sociales desfavorecidas, la existencia de una oposición sin argumentos válidos que exacerba los ánimos de enfrentamiento, generando solo más caos, no solo es improductiva sino que es responsable del estancamiento moral de una sociedad con una escasa formación en valores. No todo vale en la lucha por la defensa de un ideal, hay que elevar el nivel de la discusión, hay que informarnos, educarnos en política, economía, salud, pero no ser gurús de algo que no dominamos para terminar en debates que desembocarán en sofismas ad hominem.
Sí queremos ser un país mejor debemos empezar a ser mejores nosotros mismos, echar la vista atrás e inspeccionar que está mal en mi proceder, mejorar, y luego salir a disentir de maneras productivas, ir más allá del sesgo propio y estar dispuesto a llegar a consensos con quien considero mi rival ideológico, hay que terminar con la sumisión acrítica a líderes poco capacitados para la solución de los conflictos y que en cambio se victimizan como su modus operandi político.
La conclusión es rápida, el autoritarismo no es exclusivo de la derecha, la falta de criterio y preparación académica del progresismo, son tierras fértiles para el fascismo que queremos desterrar con las uñas y dientes que no tenemos.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Proimágenes
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