La minga indígena en Colombia inició nuevamente un recorrido desde el departamento del Cauca hacia la ciudad de Cali, con esta movilización esperaban llamar la atención del presidente Iván Duque y lograr una reunión con el mandatario para extender su voz de protesta por la grave situación de violencia que viven en sus territorios. Los medios de comunicación han informado sobre esta noticia en diferentes espacios informativos y de opinión, exponiendo voces a favor y en contra de la manifestación indígena. A la información generada desde los medios tradicionales se le suma el contenido generado desde redes sociales, lugar donde se desvirtúa por completo la conversación. Hace poco vi en una conversación distribuida a través de Whatsapp, una publicación en la que a través de un video se atribuye a la minga una incautación de numerosas armas y munición que tendrían supuestamente en su poder.
El video sin mayor contexto es real, pero corresponde a un operativo militar realizado en contra del ELN por la Tercera División del Ejército a finales de abril en el municipio del Tambo – Cauca, como lo confirmó el General Marco Mayorga. Esta información que fue difundida incluso por medios como Caracol Televisión. Se trató de una nueva noticia falsa, que se esparce como la pólvora en medio de los ánimos caldeados de un país en crisis social y económica aguda. Pero ¿Qué son y cómo funcionan las noticias falsas?.
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La realidad del mundo no da treguas. Al caótico ambiente de la pandemia, siempre se le pueden añadir más problemas. En medio de la crisis social y las medidas de aislamiento, los dispositivos electrónicos, particularmente los teléfonos celulares, se han convertido en la herramienta principal de los ciudadanos. A través de ellos se encuentra el entretenimiento en aplicaciones de streaming, la educación en plataformas con funciones pedagógicas, y la información, mediante las redes sociales. Esto se ha convertido en una ventaja y un inconveniente a partes iguales. Porque la democratización del acceso al contenido nos hace parte activa de su generación, y al no existir ninguna clase de control efectivo sobre esto, se promueve la conformación de grupos de interés y cámaras de eco que conllevan irremediablemente a la polarización y la desinformación de la sociedad.
Antes se debe aclarar un punto. Hay un argot de la modernidad que reza: “Cuando el producto es gratis, el producto eres tú”, una falacia que proviene de la malinterpretación de un hecho real. Nosotros no somos un producto, somos la audiencia. Las compañías tecnológicas no nos venden a nosotros, ni a nuestros datos, a las grandes industrias como un producto final. Lo que realmente hacen las redes sociales es vender pauta, espacios publicitarios, y monetizan el tiempo que nosotros pasamos en ellas. Cuanta más atención obtengan de nosotros, más fácil será para ellos vender espacios comerciales a los anunciantes. Por ello se toman decisiones de diseño e ingeniería para facilitar la aparición de contenido compatible con nuestras preferencias, es lo que denominamos algoritmos, que se nutren de la información que nosotros les brindamos dando me gusta a ciertas publicaciones, por lo que perfilan y proveen cada vez más con mayor certeza contenidos que nos agraden y que nos dan un motivo para permanecer conectados. Es fácil confundir lo primero con lo segundo, pero es fundamental hacer la salvedad, ya que no somos pobres víctimas del capricho de Marck Zuckerberg, somos usuarios que deberían ser conscientes del tratamiento de nuestros datos en la red – al menos quienes son mayores de edad – y el uso que se le da a estos, por lo que tenemos parte de responsabilidad en esta cadena comercial.
No hay nada de malo en que las compañías nos quieran ofrecer sus productos a través de las redes sociales, esta relación permite que quienes crean plataformas como Facebook, Instagram o Twitter puedan prestar un servicio del que nos beneficiamos. Los problemas reales con las redes sociales son dos principalmente: Los mecanismos que se usan para las sugerencias de contenido y la falta de control sobre lo que se publica. Por un lado, mientras más tiempo estamos conectados proveyendo información sobre nuestros gustos, los algoritmos realizarán recomendaciones de contenido relacionado directamente con ellos, haciendo la creación de un sesgo en el feed de nuestros perfiles sociales, facilitando la aparición de contenidos radicales ligados indirectamente con nuestras búsquedas, favoreciendo la polarización del debate público.
El segundo problema es la falta de mecanismos prácticos de las redes sociales para monitorear y limitar lo que se publica en ellas. Cualquier persona puede abrir una página en cualquier plataforma y desde allí empezar a crear contenido que será compartido posteriormente por otros usuarios que lo vean. Esto significó la proliferación de un sin número de medios independientes y blogueros. La opinión pública antes era dominada por los relatos oficialistas que provenían de los medios de comunicación y que luego eran discutidos e interpretados por su contexto puntual. Ahora no solo existen las versiones oficiales, también existen las informaciones disidentes, que habitan fuera de cualquier tipo de verificación. Este hecho es aprovechado por muchos para generar información falsa, que puede ser creada con el propósito de desestabilizar un escenario político en particular o simplemente ser producido por grupos radicales de nuestra sociedad que creen en hechos ficticios, inexactos o de plano incorrectos.
Pero ¿Quiénes se benefician de la publicación de este tipo de noticias y cuál es su función dentro del debate público? Esta pregunta tiene una respuesta menos enrevesada de lo que nos gustaría, y lejos de ser parte de un plan maestro del nuevo orden mundial – cómo sugieren algunos conspiranoicos – se trata de explotar la atención y la veneración de las interacciones cómo un nuevo factor en el ejercicio de la vida política, hecho que espero dejar claro la próxima semana en la continuación de este artículo.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: El triunfo de la muerte – Pieter Brueghel
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