Ya empezó otra vez, la pasión del fútbol se ha restablecido casi por completo. El balón vuelve a rodar mientras la vida avanza lentamente a la normalidad. Un deporte que nos une más de lo que nos divide, una actividad con la fuerza de sentar grupos de personas sin nada en común, más allá que la pasión que despiertan once personas vestidos de un mismo color y que disputan una pelota en medio de un campo verde de más o menos cien metros de largo. Esta vez no son las estilizadas ligas europeas, ni el borrascoso torneo local, el que se reactiva en esta ocasión es el escalón último del entusiasmo, el patriótico fútbol de selecciones suramericanas, de la selección Colombia.
El deporte es una extensión de los contextos sociales de nuestros pueblos. Naciones con atletas galardonados y reconocidos es el reflejo de la salud de los países. No es coincidencia que Estados Unidos, Reino Unido, China y Rusia hayan sido los países que ocuparon las cuatro primeras posiciones del medallero olímpico durante las últimas tres ediciones de los juegos olímpicos. La fórmula es simple: Una economía fuerte es igual a ciudadanos con mejor nivel de vida. Este mejor nivel de desarrollo individual en todos los niveles como consecuencia genera mejores deportistas. Pero no en todas las disciplinas ni lugares se cumple la regla.
De vez en cuando hombres y mujeres con una disposición especial para la gloria nacen en medio de contextos poco favorecedores. Deportistas que contra todo pronóstico logran la realización profesional. En el fútbol latinoamericano es una realidad desde siempre. Figuras como la de Maradona, Messi, Pelé, y en el caso colombiano, James, Mina, Falcao o Cuadrado, son el milagro al que nos aferramos como apasionados de este deporte. Figuras a las que se les atribuye una mística particular y en la que se reposa el anhelo de triunfo de sociedades desesperanzadas como la nuestra. El deseo de ganar se hace palpable en los gritos ensordecedores de esos goles atorados en el pecho. Un dolor imperceptible llevado a cuestas que se libera en el catártico abrazo de la victoria o en la tristeza de la derrota.
Idolatramos la victoria porque es un bien escaso en un entorno como el nuestro. Disfrutamos del éxito como del agua puede gozar un sediento. Somos hijos de la impunidad que se regocijan en las pequeñas reivindicaciones. Nadie nos puede culpar por celebrar un gol en medio de la abundante pena en que estamos acostumbrados a vivir. Para otro momento quedarán las dificultades, las atribuciones y los yerros.
No es de extrañar que los disidentes de esta pasión inexplicable sientan indignación con tal enajenación. Siempre habrá alguien que quiera traernos de vuelta de ese trance inútil en el que nos sumergimos cada cierto tiempo. Sin ir más lejos, hubo expresiones en contra de los espectadores que el mismo día, 09 de septiembre, miraban el encuentro entre Colombia y Venezuela, mientras que se reportaba una nueva masacre al norte del departamento del Valle del Cauca, en el municipio de Jamundí. Según el Instituto de Estudios para la Paz, Indepaz, cuatro personas habrían sido asesinadas, las víctimas son Meyer Dayan Ramírez, José Luis Campo, Edgar Hernández Campo y Eider Gutiérrez Corrales.
Estamos tan desesperados por el alivio de la victoria que no nos distrae ni la muerte, con la que de hechos estamos más emparentados que con la primera.
El deporte es una extensión de los contextos sociales de nuestros pueblos. Somos apasionados, vehementes en nuestras formas de actuar; Somos inquietos, creativos para encontrar caminos nuevos. Deseamos vidas mejores, para nosotros y los nuestros, igual que quien está dentro de la cancha, nos aferramos al milagro, a la mística, a la gambeta inesperada, al talento alegre, y si no es esta será la siguiente jugada, hacemos falta al rival si vemos que nos adelanta, lo insultamos en medio de la calentura y lo abrazamos en el final. Vamos siempre en contra de las estadísticas y la tendencia. Queremos ser más grandes de lo que nos dicen que somos, queremos estar la cima del medallero aunque sea una vez, codearnos con los grandes, verlos de frente sin complejos, siendo mejores de lo que éramos antes, cambiar por fin, sacarnos esas penas acalladas en el pecho.
El viernes asesinaron cuatro personas mientras celebrábamos la alegría del triunfo deportivo. Ese panorama es el resumen del país y de la vida. El balón vuelve a rodar, regresa el escalón último de la pasión del fútbol, vuelven las estilizadas ligas europeas, el borrascoso torneo local, las eliminatorias suramericanas, la selección Colombia. personas con apenas algo en común, reunidos por el fútbol mientras avanzamos en el retorno de la normalidad que nunca cambia, esa rutina llena de derrotas con alivios pasajeros, buscando alegrías memorables, pase lo que pase, cumpliendo con la necesidad eterna de volver a rodar.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Archivo Particular
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