La hija de la exministra Alicia Arango ha sido nombrada en el segundo cargo de mayor importancia del Banco de la República, una institución primordial para el funcionamiento del país, máxime en las circunstancias actuales y la búsqueda de la reactivación económica. Esta designación desató una polémica inmediata por la cercanía de la nueva funcionaria con el corazón del partido del presidente, mismo que escogió a Bibiana Taboada por encima de otros perfiles, demostrándonos una vez más que la manera en que se dirige al país está ligada a ese afortunado negocio de tener amigos, un hecho que tristemente ha dejado de impresionarnos desde hace ya un tiempo.
No hay nada nuevo en que un político deposite la confianza para ejercer un cargo público a un conocido. Esto ocurre no solo en los grandes puestos de la diplomacia nacional, también lo vemos en nuestras municipalidades, con familiares y amigos del alcalde de turno en secretarías, lo vivimos en las empresas en las que trabajamos con dádivas para algunos según sean del agrado de sus superiores. Es un mal endémico de nuestro sistema económico y social, un mal hábito convertido en una condición dentro del desempeño de cualquier cargo de poder ya sea público o privado.
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¿Quién no ha ayudado a un amigo alguna vez? ¿Quién no ha movido un par de hilos en favor de alguien que conoce? Y es que, aunque nos sea difícil de admitir, alguna vez hemos estado en esa posición en la que decidimos favorecer a un amigo o conocido, también hemos sido parte del problema incluso sin mala intención de nuestra parte. Un acto que creemos no tiene consecuencia, ayuda a fortalecer las entretelas de una corrupción de la que nos hacemos víctimas en algún momento.
Fue la misma ex ministra, Alicia Arango, quien dijo en una intervención pública que los tiempos de la “mermelada” en el país habían terminado, luego de que la bancada opositora a la paz en el mandato de Juan Manuel Santos señalara hasta la saciedad las maniobras de dicho gobierno, regalando cargos a fichas y partidas presupuestarias a grupos políticos para que estos aprobarán su gestión. Ahora es el uribismo quién en un giro natural de las prácticas políticas se ve inmerso en aquellos comportamientos que juzgó sin algún tipo de condescendencia en el pasado, validando el lamentable argot de la colombianidad: “Lo malo de las roscas es no estar en ellas”.
En este caso en particular se ha referenciado positivamente el perfil académico de Bibiana Taboada, los reparos se han hecho en cuanto a su experiencia profesional. Taboada cuenta con 10 años de trabajo tras de sí, experiencias que muchos analistas consideran buena pero insuficiente para el cargo que quiere desempeñar.
Y es que más allá de la carga de indignación e hipocresía que protagonizó el debate sobre el polémico nombramiento, hay un asunto que debería convocar una preocupación similar ¿Qué pasa con la meritocracia? ¿Dónde quedan las esperanzas de quienes se educan pensando en mejorar su situación, en todos aquellos que confían en que la preparación académica es el camino para acceder a estas posiciones desde donde poder estructurar el cambio que quieren para el país?
Uno de los discursos políticamente más populares es aquel que reza que la meritocracia es la guía para constituir los gabinetes o administraciones más eficaces y mejor capacitadas para llevar a cabo su trabajo. Sin embargo, vemos que la educación en todos los niveles está ligada a ciertas condiciones sociales en un sistema de desigualdad económica que ve incrementada su brecha día con día. ¿Cuántos se pueden dar el lujo de tener una hoja de vida como la de Bibiana Taboada? Economista de la Universidad de los Andes, con un Magíster de la misma institución y un Magíster extra de Administración Pública en Desarrollo Internacional de la Harvard Kennedy School.
Al final ese discurso de la meritocracia carece de sentido sin la falta de oportunidades necesaria, oportunidades para el acceso a esa educación que se exige en los altos círculos de la política, esfera donde se encuentran solo aquellos que pueden costearse ese tipo de formación, una especie de círculo virtuoso del que algunos privilegiados pueden hacer parte, una nueva clase de aristocracia académica económicamente poderosa que se pasa entre sí la batuta con la que dirigen el destino político de una nación.
Estamos en una sociedad donde la promesa de la meritocracia es una incertidumbre, donde la explotación de nuestro tiempo y creatividad se confunde con el afán de auto realización, un sacrificio que no necesariamente significa el éxito profesional y en el que no solo se debe batallar contra las condiciones adversas de un entorno empobrecido, además hay que enfrentarse con aquellos que hacen parte de ese rentable negocio que es tener amigos poderosos.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: El Colombiano
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